viernes, 5 de agosto de 2016

Coordenadas

Entre Andrómeda y Centaurus
yo elijo las estelas,
el polvo cósmico
de tus piernas
que sobre un enjambre de estrellas
están reposando.
Entre el Molinillo Austral
y la Galaxia de Bode
me voy a las nebulosas,
esféricas y esmeralda,
de tus ojos
que miran sinceros.
Entre la Enana de Acuario,
la Corona Austral
y el resplandor de Pegaso
opto con gusto
por hundirme en el cúmulo estelar
-de más cien mil parsecs-
de tus labios,
en su onda expansiva,
en su blanda nobleza,
en sus años luz,
en su sistema binario.
Si tuviera que elegir
una isla de náufrago,
un refugio de oso,
un oasis de astronauta,
trazaría las coordenadas
hacia el calor de tu cama
hacia el halo óxido de tu pelo,
a ese punto del mapa,
a ese lugar en el cosmos.

©Pequod

martes, 12 de noviembre de 2013

Como Pedro


Anoche soñé que lloraba amargamente
como Pedro.
Y el llanto era largo y ondulado
como tu pelo.
Soñé que pedía perdón con vergüenza
como Pedro.
Y la vergüenza caía a manadas
como tu pelo.

Anoche soñé que lloraba tu pelo
como en un sueño.
Y soñé que soñaba con tu pelo
como en un llanto.
Lloré con tu pelo soñado
como soñando en llanto, tu sueño.
Tu pelo lloraba, yo lloraba tu pelo,
y pedía perdón,
pedía perdón como Pedro.
Y con vergüenza,
con la vergüenza de Pedro.
Y tu pelo allí estaba manando,
pero era yo el que lo lloraba,
era mi llanto largo,
era mi llanto negro.

©Pequod

miércoles, 30 de octubre de 2013

Anticredo


No creo en los hombres todopoderosos, pero tampoco en que nada lo pueden.

No creo en el dios de madera, sino en el carpintero.

No creo en el fasto ni en el dominio propio, sino en el que llora y en el que siembra.

No creo en las más recientes investigaciones, sino en el viento del este.

No creo en el escéptico, sino en el que no sabe a ciencia cierta.

No creo en el progreso ni en el PIB, porque no hay pruebas de que existan.

No creo en los Nostradamus que alertan. Creo en los que corren en auxilio.

No creo en el crítico, sino en el que crea.

No creo en el libro de texto, pero sí en las preguntas.

No creo en los fariseos que se purifican las manos, sino en los Tomases que creen con ellas.

No creo en los padres, sino en los reyes magos de los niños.

No creo en el pavo inductivista, excepto en la víspera de Navidad.

No creo en los dioses de pergamino, de puño y letra, sino en los de túnica sin costura.

No creo que me pidas los ojos, la razón, la diablura,
sino la semilla de mostaza,
el pábilo que humea en mis dudas.

©Pequod

Mi tierra blanca


Te mido hasta el último centímetro,
hasta tus talones de plata,
que brillan en mis ojos,
sensuales, amables,
como terciopelo eterno.
Lo calculé y todo:
son cien mil, cien mil centímetros.
Cada pulgada, cada kilómetro.
Los mido obsesivamente con los dedos.
Circunvalo tus rodillas tersas,
doblo por entre tus pechos,
por tus labios, por tus hombros,
y me topo con la esfera
volcánica de tu deseo.
Me trepo y sigo midiendo:
son mil lunares, tres mil grietas,
cinco acres de piel blanca,
dos toneladas de efervescencia.
Sí, hasta lo he anotado.
Desde tus pómulos puedo ver mi era,
la siembra de estaño y trapo,
la simiente áurea que brota a manadas sobre tu boca
y se derrama hasta tu vientre
abierto y anhelante.
Recorro tu espalda bendita
y me inclino ante La Meca,
el suelo sagrado de tu mezquita.
Saco leche y miel
y anclo mis banderas,
y las extiendo como alas
hasta tus talones de plata
que brillan otra vez en mis ojos.
Compré cada rincón,
cada marca, cada comisura,
mil esquinas, dos soles.
Y ahora te tengo,
te tengo como mía,
como si te tuviera toda,
toda mía.
Tengo tanto que estoy perdido
y tanto miedo tengo
que si algún día te perdiera
perdería mis dedos
por haberte tenido
y no haberte tenido.


©Pequod